La producción se expande hacia nuevas fronteras de mayor valor agregado como industria, bioenergía, y servicios ecosistémicos. El futuro de la actividad
Hasta los años 80, las producciones agropecuarias fueron sinónimo de alimentos y éstos de comidas hechas en el hogar; el productor anclado junto con su familia a la vida rural era el proveedor de trigo, maíz, carnes, frutas y hortalizas; en el medio estaba la industria alimenticia y el sistema comercial (en tránsito del almacén al supermercado). Los “saldos exportables” formaban parte, además, de la canasta básica: carnes, maíz y trigo dominaban las colocaciones externas (la soja recién aparecía).
Recientemente cambiaron los (diversos) perfiles del sujeto agrario, las formas de organizar las actividades y sus intensidades/rutinas tecnológicas. Cabe repreguntar: ¿qué produce el campo? Postulamos que además de alimentos, se expande hacia los materiales para la industria/insumos, las bioenergías y un incipiente conjunto de servicios ecosistémicos.
Abordar esta complejidad demanda replantear la unidad de análisis; la producción primaria –agricultura y/o ganadería– tradicional se complementa con la cobertura de los insumos (“aguas arriba”) y de las primeras estribaciones industriales (“aguas abajo”). Así, el foco analítico es la cadena agroindustrial que va desde el insumo al producto final en góndola. A partir de este enfoque, se analiza la composición, según su valor agregado (VA), del producido en base al uso de la tierra.
Aplicado al caso argentino, se trata de 31 cadenas productivas que cubren el grueso de la actividad agroindustrial, explicaron en 2020, el 14% del PBI nacional y ocupa casi 2,2 millones de personas.
Se destaca que el 89 % se destina –directa o indirectamente-, a la alimentación humana, alrededor del 10% a la industria manufacturera y/o son insumos biológicos, mientras que poco más del 1% del VA total alimenta a la matriz energética.
Alimentos
Dos tercios del VA destinado a los alimentos proviene del reino vegetal; en algunos casos de manera directa – como frutas y hortalizas– o indirecta, como soja utilizada para alimento pecuario.
Recordando que para cada actividad la unidad analítica es la cadena, se destaca el peso excluyente del complejo sojero –un tercio del VA de toda la agroindustria– ; pero si le adicionamos maíz, trigo, cebada y girasol se explica alrededor del 55 % del VA del conjunto; se trata de actividades anuales, de expansión reciente a nuevas localizaciones, intensivas en el uso de insumos industriales, tecnológicamente muy dinámicas y con una fuerte inserción externa.
Los complejos restantes –que aportan un magro 20% al VA del conjunto– responden a las denominadas economías regionales. Se trata de actividades ancladas en territorios específicos, de manufacturación cercana/en las fuentes de origen de la materia prima y empleadora masiva de mano de obra; su inserción externa es variable: va de enclaves exportadores con significativa relevancia externa –limones, berries y peras– a actividades de alto potencial pero confinadas al consumo interno, como caprinos y ovinos.
El aporte de las ganaderías tiene la preponderancia bovina –casi el 40% del VA pecuario– , pero en paridad con la suma de aves (para carnes y huevos) y cerdos: éstos últimos contribuyen al VA tanto como la icónica producción bovina; en el extremo opuesto caprino y ovinos registran valores mínimos.
Ambos perfiles –lo vegetal y lo animal– tienden a integrarse operativamente densificando la trama productiva en algunos espacios regionales.
Convertir granos en proteínas aviares, porcinas y/o bovinas es una ruta productiva que requiere previamente su transformación en alimentos para las ganaderías y/o en insumos para los biocombustibles. Datos recientes indican la presencia en chacras de 552 plantas de alimentos balanceados, poco más de 200 extrusoras de soja y una decena de mini-destilerías de maíz.
Otra vía es industrializar en finca productos perecederos: existen 3.066 envasadoras de aceitunas, 2.032 deshidratadoras de frutas y legumbres, 2.491 fabricantes de embutidos y chacinados.
Adicionalmente se establecen acuerdos de integración contractual entre productores y la agroindustria. El Censo Nacional Agropecuario 2018 (CNA 2018) releva la presencia de 9.554 EAPS (3,82% del total de las explotaciones) que están integradas con agroindustrias. Todo ello indicaría que existe una tendencia a integrar producciones primarias e industriales bajo nuevos formatos productivos.
Biomateriales
Poco más del 10% del VA agregado del campo se destina a generar insumos para diversas manufacturaciones posteriores. El caso más relevante es la biomasa forestal derivada hacia la producción de pasta de papel y sus diversas estribaciones industriales y/o la producción de madera y sus derivados.
Se trata de un complejo de creciente dinamismo que –a diversas escalas– integra en una misma unidad productiva las actividades primarias con los primeros pasos industriales.
A estos casos icónicos se suman otros más recientes inscriptos bajo la lógica de valorización comercial de subproductos menores y/o de la transformación de desperdicios –con previo impacto ambiental negativo– en insumos industriales; algo similar ocurre con el uso de subproductos de caña de azúcar (v.g. fibra para papel), el maíz, la industria láctea (v.g. uso del suero), faena bovina (v.g. industrialización de heparinas, ácidos biliares, sangre); los cítricos (v.g. las pectinas).
Finalmente, existe un conjunto de actividades biológicas –como producciones de genética, biocontroladores, y una variada gama de biofertilizantes– generadas como insumos para autoconsumo o de circulación comercial dentro de las propias cadenas de base biológica. Por su relevancia se destaca la industria de la genética vegetal (v.g. semillas, plantines y otras formas de reproducción).
Bioenergía
En las últimas décadas Argentina promocionó la producción y el consumo de biocombustibles; sus materias primas devienen del agro: aceite de soja para el biodiesel y caña de azúcar/maíz para el etanol. Se conformó un nuevo sector basado en un centenar de empresas con impactos económicos significativos ya que genera un valor agregado anual estimado en alrededor de 400 millones de dólares.
En el caso de las cadenas referidas a la caña de azúcar, el maíz y la soja los biocombustibles participan con valores que van de un 1 a un 4% del valor agregado de la respectiva cadena de actividad; tienen, además, clara incidencia en los PBI provinciales (especialmente de Santa Fe y Tucumán). Emplea entre 4.000 y 5.000 puestos de manera directa y unos 15/18.000 puestos de trabajo indirectos.
Además existe una tendencia hacia la producción de energía para autoconsumo a partir de diversas fuentes: instalación de paneles solares, uso de excretas porcinas, bovina, y/o aviares para generar metano y transformarlo en energía.
Servicios ecosistémicos
Menos visibles debido a su escasa valorización comercial, las actividades ancladas en el uso de la tierra generan (y/o impactan sobre) una serie de bienes intangibles o servicios que la sociedad (captura de carbono, uso del paisaje como recreación). Sobre esto último y a nivel rural existen en Argentina una multiplicidad de emprendimientos turísticos rurales. Según datos del CNA 2018 la existencia de 1441 establecimientos agropecuarios dedicados al agroturismo.
En síntesis, las cifras revelan que el campo amplió sus actividades más allá de la centralidad que aún conservan los alimentos. ¿Qué cambió en los últimos 20 años? Utilizando idéntico enfoque, pero con datos de inicios de los 2000, se observa que el VA de las producciones vegetales destinadas a los alimentos eran, dos décadas atrás, levemente superiores al 50% mientras que los de base pecuaria aportan el 35%. Al interior de “lo verde” era claro el predominio del complejo oleaginoso, mientras que los cereales –trigo y maíz- aportaban el 23%; nótese que trigo era casi 3 veces en VA al maíz. En el reino pecuario, era determinante la ganadería bovina y despuntaba le producción aviar –similar en aporte de VA a la porcina-, mientras que lácteos tenía la presencia histórica.
En dos décadas, la agricultura sobrepasó al complejo (de las diversas) ganaderías en base nuevos paquetes tecnológicos y modelos de negocios; se complementó con inversiones en las primeras etapas industriales con un claro sentido exportador al impulso de los dinámicos mercados internacionales.
Al interior de la agricultura, se consolidó el complejo oleaginoso, más recientemente, el maicero; en las economías regionales un conjunto de actividades –limones, vitivinicultura, maní– muestran un marcado dinamismo en el marco de complejos agroindustriales integrados verticalmente con una clara orientación exportadora.
En los años 90 se “instala” la avicultura como actividad proveedora de proteínas cárnicas; más recientemente despega la porcinocultura, a la vez que –de la mano del comercio exterior– se reactiva la ganadería bovina. Se destaca que los complejos aviares y porcinos son similares en VA a la ganadería bovina para carne. En su conjunto la actividad abastece el consumo con unos 110/120 kg de carne anual, pero a diferencia del pasado, con un peso similar entre bovina y aviar –del orden de los 45 kg/promedio/persona– y creciente presencia porcina, unos 14/16 kg.
Finalmente, se consolidaron la industria de los biocombustibles y varias actividades coligadas; fruto de ello entre 6 y 9 litros de cada 100 litros de carga de gasoil y/o nafta proviene del agro
Por Roberto Bisang y Santiago Vernazza – Agroclave