Con la gestión de la fotosíntesis y el agregado de valor se podrían incrementar las exportaciones y generar empleo de calidad
El maíz es el segundo generador de dólares genuinos en la Argentina: sus ventas a más de cien mercados externos vienen batiendo sus propios récords en los últimos años, y en 2022 superaron los 9500 millones de dólares, casi el 11% de todo lo que exportó el país, de acuerdo con el Indec.
Pero el 70% de la cosecha argentina se exporta como grano, sin industrializar. El año pasado, se mandaron al exterior 41 millones de toneladas de maíz, mientras que puertas adentro se procesó menos de la mitad, unos 19 millones de toneladas, según la Secretaría de Agricultura. A su vez, estas industrias que transforman el maíz en la Argentina generaron exportaciones por más de 5800 millones de dólares. ¿Se imaginan el crecimiento exponencial que se podría alcanzar si parte de ese agregado de valor se hiciera en la Argentina?
Los más de 100 países que nos compran maíz lo hacen para que sus industrias lo conviertan en múltiples productos, desde carne y leche hasta energía y textiles, entre otros miles de bienes intermedios y finales. Es absurdo que en un país como el nuestro, con el potencial bioeconómico que tiene para producir los bienes y servicios sostenibles que el mundo demanda, haya más de un 40% de conciudadanos debajo de la línea de la pobreza, que más de 20 millones de personas no logren cubrir sus necesidades básicas. Esta realidad nos obliga a aprovechar al máximo todas nuestras potencialidades y consensuar la ruta hacia un desarrollo más sostenible e inclusivo.
La Argentina tiene una excelente oportunidad para hacer crecer sus producciones locales e incrementar el nivel de actividad de las industrias que hoy agregan valor al maíz en nuestro territorio, como las de carne vacuna, porcina y aviar, huevos, leche, piscicultura, alimentos balanceados, molienda húmeda y seca, bioetanol, alcohol etílico, biogás y otras. Esos productos no solo podrían abastecer más y mejor el mercado local, sino también aumentar las exportaciones y, por lo tanto, los tan necesarios dólares que estas producen.
Por otra parte, las perspectivas para la fabricación de bioproductos basados en maíz, que permiten reemplazar polímeros tradicionales derivados del petróleo, son excelentes, debido a las crecientes exigencias internacionales en pos de combatir el cambio climático.
Nuestros hermanos brasileños comprendieron a la perfección el potencial del complejo maicero y lograron consensuar políticas para darle el máximo desarrollo. Con objetivos claros, este año se convirtieron en el primer exportador de maíz del mundo, tras superar a Estados Unidos. Pero lideran también el comercio internacional de carne vacuna y aviar y, recientemente, su presidente Luiz Inácio Lula da Silva anunció el Programa Combustibles del Futuro, que prevé elevar el corte obligatorio de las naftas con bioetanol hasta E30, y el uso de biocombustibles para la aviación, con el objetivo de reducir las emisiones del sector aéreo, que son la nueva ola de innovación y varios países están avanzando en legislaciones para impulsar su uso.
Menor huella ambiental
En este sentido, el maíz argentino cuenta con un plus enorme, que es el de tener la menor huella de carbono del mundo, gracias fundamentalmente al sistema de producción. Esta mejora ambiental no es solamente buena en sí, sino que también es cada vez más la condición de acceso a los mercados de mayor poder adquisitivo. Por caso, gracias a haber probado mediante mediciones que su bioetanol de maíz ahorra 72% de emisiones de gases de efecto invernadero respecto de la nafta europea, una empresa de Córdoba logró ingresar a ese selecto mercado.
Producimos lo que el mundo necesita y de una manera mucho más sostenible que los países competidores. Según un estudio de IBM realizado en 20 países, el 80% de los consumidores está dispuesto a pagar hasta un 35% más en promedio por un producto que cuida el ambiente. Por lo tanto, resulta imperioso que empecemos a certificar el liderazgo del modelo productivo argentino, a construir una marca país, a impulsar políticas públicas estables que incentiven las inversiones, y a trabajar para lograr acuerdos que permitan el ingreso de nuestros distintivos productos a diferentes mercados.
El maíz no solo puede desencadenar un gran crecimiento económico, sino que está llamado a hacerlo de manera federal. Como dice el destacado economista Eduardo Trigo, “la biomasa viaja mal”, porque es antieconómico y antiambiental transportarla a través de distancias largas. Así, tiene que ser procesada localmente, lo que favorece el desarrollo social y económico local, y genera empleo de calidad y arraigo en diversas regiones del interior productivo. A la inversa, el grano de maíz que vendemos al exterior para que otro le agregue valor representa una pérdida de puestos de trabajo en nuestra nación.
Según proyecciones de la Bolsa de Comercio de Rosario, con los estímulos adecuados, el consumo interno de maíz podría, en diez años, situarse en 33,3 millones de toneladas, casi 14 millones más que en la actualidad. Y las exportaciones de los productos que utilizan maíz como insumo podrían crecer, por lo menos, hasta los 13.700 millones de dólares.
Medidas
Para desarrollar todo el potencial maicero no se requieren prebendas ni tratamientos especiales. Los temas que más impacto positivo tendrían sobre nuestra cadena, así como sobre la agricultura del país en general, son la unificación del tipo de cambio; la eliminación de las retenciones; la reducción de los costos logísticos (que se llevan el 23% del ingreso en la pampa húmeda) mediante inversiones público-privadas en trenes (que también contribuirían a mejorar la huella de carbono), con sistema de open access, y el uso de camiones bitrenes en las rutas; y una ley de semillas superadora, que permita que la Argentina vuelva a estar en la vanguardia de la tecnología.
El mundo necesita cada vez más moléculas renovables y estamos preparados para ofrecérselas. Contamos con la gran capacidad técnica sobre la gestión de la fotosíntesis de los tomadores de decisión, con la juventud, el alto nivel de formación profesional y el empuje del productor argentino, fuertemente innovador y tecnificado, como demuestra la encuesta del Centro de Agronegocios y Alimentos de la Universidad Austral.
Es enorme la oportunidad que tenemos para construir nuestro futuro y generar un desarrollo a partir del maíz. No la desaprovechemos: es ahora.
El autor es presidente de la Asociación del Maíz y Sorgo Argentino (Maizar)