EL CALAFATE ESCONDIDO

Conocido por el glaciar Perito Moreno, este pueblo patagónico tiene otro menú de actividades para aventureros.

Más de 60 metros altura de un blanco intenso en la zona alta y de un sorprendente azul en la base imponen respeto, en silencio. Pero lo que se ve no es todo. Debajo del agua hay 160 metros más de hielo, escondidos. Como el otro Calafate que, fuera del Perito Moreno, espera ojos ávidos y piernas inquietas que anhelen descubrirlo.

Es que rodeando a esa inmensidad helada hay una intensiva agenda de actividades: cabalgatas que permiten asomarse a lagunas inexploradas, trekkings hasta glaciares recónditos, paredes de hielo vistas desde lugares inéditos, safaris que nos ponen frente a frente con fósiles marinos son algunas de las sorpresas reservadas para los que no se conformen con el folleto de la agencia de viajes.

GLACIARES ESCONDIDOS
Desde el aeropuerto de El Calafate, una hora de viaje en camioneta sirve para ir poniéndose en clima. En el camino hasta la estancia Nibepo Aike, ubicada dentro del Parque Nacional Los Glaciares, es inevitable repasar mentalmente lo que se vio en La Patagonia Rebelde. Al volante, Adolfo Jansma –responsable del establecimiento– narra para los desprevenidos la historia del gallego Soto y sus compañeros. Muestra una especie de monolito que recuerda esos sucesos trágicos en el mismo lugar de los hechos, y dice que hay una movida revisionista que impulsa la búsqueda de los cuerpos de los peones asesinados hace casi un siglo.

Una vez en el casco, una breve recorrida sirve para aprender cómo se esquila, aunque las ovejas sean allí casi anecdóticas porque Nibepo se especializa ahora en ganado Hereford. Cenamos y preparamos todo para encarar la aventura de los próximos días.

Foto: Lugares
Después del desayuno nos asignan un caballo y tratamos de hacernos amigos: vamos a estar juntos cuatro días en los que más de una vez habrá que confiar en el otro. Bah, la jineta en el animal, al menos. Es una travesía para quienes tienen algo de experiencia sobre una montura porque hay pendientes con cierta complejidad.

Cargamos las cosas que necesitamos tener a mano en la mochila, y la muda, abrigos, aislante y bolsa de dormir en las alforjas de tela (en Santa Cruz las llaman maletas). Consejo: antes de llenar las alforjas guarde todo en bolsas plásticas para que la transpiración del caballo no moje la ropa. La amplitud térmica es importante y durante el día puede hacer bastante calor.

Con la sabia compañía de Jackie, guía nacida en Detroit, pero de boina y alma gaucha, emprendemos el camino. Subimos en zigzag el Cordón Cristales, unos cerros que de lejos se ven bien verdes y están detrás de la estancia. Avanzamos hasta un bosque de lengas conocido por los locales como El Abra. Es como en el Norte, el paso por el que se atraviesa un cordón montañoso. Desde allí tenemos una vista preciosa del lago Frías, de la Laguna 3 de abril y de los tres glaciares escondidos que luego visitaremos yendo hasta el pie del hielo. La travesía continúa con la cabalgata por una pampa con flores amarillas silvestres –lo que con las montañas nevadas de fondo le da al paisaje aires de La novicia rebelde– hacia otro bosque, que es la zona de veranada de las vacas de la estancia. Seguimos hasta el puesto La Rosada, una posada muy sencilla donde almorzamos una vianda.

Foto: Lugares
Por la tarde, el paseo a caballo es hasta el hito 63, que marca el paso Zamora, en el límite con Chile. Foto en el monolito metálico que tiene el nombre de cada país de un lado y del otro, vuelta y picada con salame y queso que se devora en minutos, mientras se cocinan a las brasas unos churrascos con verduras. Pasamos la noche en las bolsas de dormir, en el puesto.

El segundo día también es bien activo. Valle, bosque, río, pampa, todo a caballo. Bajamos hasta el cañadón del río Cachorro. Lo recorremos y lo remontamos hasta los corrales, donde nos encontramos con los peones comandados por El Tío, capataz correntino y personaje absoluto. Nos sirven la polenta más rica del universo, con hierbas del huerto de la estancia y trocitos de carne.

Descansamos un rato, mientras los peones nos muestran cómo trabajan arriando el ganado. Volvemos a montar, esta vez hasta el puesto de la laguna 3 de abril. Los que no sean fanáticos de cabalgar, a predisponerse mentalmente porque el esfuerzo tiene premio instantáneo: hay permiso para algún galope, hay brisa en la cara, hay energía que nos llena.

Llegamos fundidos al atardecer pero nos vuelve el alma al cuerpo con el pollo al disco que cocina Jackie y para el que colaboramos ocupándonos de las verduras. Mientras tanto, las botellas y latas se enfrían en una heladera natural: dentro de una bolsa de arpillera, atada a unas estacas que clavamos en un arroyito contiguo al puesto.

Foto: Lugares
En el tercer día de expedición, desde el puesto de la Laguna hay que caminar unos 20 minutos a campo traviesa para llegar al lugar donde nos buscará una lancha. La espera es activa: uno se la pasa tratando de desembarazarse de los millones de abrojos que decidieron acompañarnos. Las polainas son muy útiles para proteger las pantorrillas de los pinches y se aprende que nunca se deben usar calzas o joggings de algodón. Mejor bombachas de campo, porque los abrojos se adhieren menos a la gabardina.

Desde la lancha Guardaparque Fonzo, mientras se recorre el brazo sur del lago Argentino, se ven en las orillas manadas de guanacos. Los miramos reservando energía porque se viene una caminata interesante. Una media hora de navegación precede a un trekking corto (2 km para ir, otro tanto al regreso) y a otro largo (14 km en total), pero súper entretenido.

En los primeros dos kilómetros que separan la zona donde se desembarca del lago Frías, vemos guindos magallánicos (verdes todo el año) en las depresiones en las que hay agua. En el resto del terreno aparecen niñes y lengas que se van achaparrando a medida que subimos.

En estos pastizales los caballos no están permitidos, pero sí es posible cruzarse con un bagual, algún ejemplar salvaje de ganado. Hay piedras, desniveles, cuestas. Nada que no pueda sortearse dando pasos cortos, atentos. Y cuando se baja, hay que tomar la precaución de flexionar las rodillas, mantener la espalda recta y hacerlo de frente, no de costado, para que haya menos riesgo de un esguince. Bosque mediante se llega a un mirador natural del lago Frías, que lleva el nombre del glaciar que cubría toda el área hace miles y miles de años.

Una vez en la playita del lago, nos ponemos los chalecos salvavidas y subimos a los gomones, unos zodiacs motorizados. Atravesamos el Frías en poco menos de media hora y empezamos la segunda caminata. En estos 7 km recorremos al principio una zona con acantilados y cascaditas a nuestra izquierda, y cumbres nevadas a la derecha. En el medio y a nuestros pies, chauras: unas bayas muy pequeñas y rosadas que Juan, el guía, autoriza a probar (mientras recordamos la suerte del protagonista de Into the wild): saben raro pero rico. Dulzonas.

Es interesante prestar atención al suelo. Después de esos manchones verdes, con algunos pastos y arbustos, el piso se ablanda. Empieza una zona de dunas que provienen de sedimento glaciario. Es una arena gris con la que se hacen cremas exfoliantes. El paisaje tiene algo de superficie lunar.

En esta caminata se valora el calzado apto trekking y no haberse olvidado el gorro. No hay sombra alguna. Tampoco hay fauna. Lo único que aparece son tábanos, y traen consigo la desilusión: son inmunes al repelente.

Después de la arena gruesa, es hora de caminar sobre rocas. Cuidado. Como nos advierten con humor, “el que se cae acá es comida de cóndor”. La estancia más cercana está a 20 km. Y en este punto, viendo suelo, el silencio y el rescate dificultoso, nos hacen pensar en otra peli: The martian.

Caminamos, improvisando un sendero inexistente por sobre las piedras, hasta el mirador natural de los glaciares Grande, Gorra y Dickson. Es como un anfiteatro gigantesco que se necesita mirar por tramos porque es imposible abarcar tanta inmensidad. A falta de botes, al pie del Grande, una gran laguna alberga témpanos que se mueven y rozan cual autitos chocadores. De vez en cuando se oye un trueno, que no es otra cosa que un rompimiento, y se ve enseguida la avalancha, una nube blanca que a lo lejos arrastra los bloques de hielo, llamados seracs, por las laderas.

La vista desde los pies de los Glaciares Escondidos es tan amplia y tan única que no cuesta imaginar que hace años y años eran una sola pared helada, el glaciar Frías.

Foto: Lugares
Después de almorzar la vianda (sandwiches, manzana, barra de cereal), Celine, la fotógrafa, y Jackie se animan a un chapuzón que de tan gélido las hace pegar alaridos.

Regresamos (trekking, gomón, caminata, lancha y… ¡¡¡¡otra vez el tormento de los abrojos!!!!) y dormimos en el puesto de La Laguna, junto al fuego, después de unas pizzas reparadoras que hacemos emerger entre todos de la cocina económica.

En el cuarto día de travesía, desayunamos pan tostado con miel y cabalgamos durante la mañana para volver a la estancia. Llegamos, cansados y felices, después de bajar en zigzag los cerros y nos esperan con un asado de cordero memorable.

EL MORENO, DESDE OTRO ÁNGULO
El campo de hielo del Perito Moreno está en equilibrio: los desmoronamientos se compensan con lo que gana año tras año gracias a su forma de embudo. Mucha carga, poca pérdida. Otros glaciares caen en forma más recta y por lo tanto achican su masa. El Pío XI, en Chile, y unos cuatro o cinco más son los únicos que crecen sobre un total de unos 300 glaciares patagónicos.

Hauthal Rudolp, explorador alemán, fue quien divisó el glaciar por primera vez, en 1900. Diecisiete años después, unos paisanos presenciaron la primera ruptura de la que se tenga registro. Desde entonces se producen de manera irregular: a veces cada 4 años, a veces cada 6 o cada 13.

De hecho hace casi un siglo se daban cuenta de que el glaciar se había desmoronado porque al romperse el dique natural el agua inundaba la zona de pastoreo.

Foto: Lugares
Desde hace tres años hay otra forma de admirarlo, ideal para los que no quieren las atiborradas pasarelas. El acceso al Mirador del Glaciar Sur es un paseo exclusivo ya que Parques Nacionales permite solo 15 visitantes por día.

Desde la estancia Nibepo Aike parte una combi que lleva a los viajeros hasta cercanías del embarcadero donde se aborda una lancha. Se recorre el brazo Sur y luego el Rico del lago Argentino. Tras media hora de navegación se desembarca en la Playa de las Monedas, llamada así porque está sembrada de piedras chatas que convierten a esa arena en el Maracaná del Campeonato Mundial de Patito.

Finalizado el inevitable certamen, y después de ver a una familia de cauquenes (el macho vigilando todo desde una piedra; la hembra en el agua, seguida por cinco crías en perfecta fila), sobreviene el paseo por el bosque. Lo primero que llama la atención es la presencia de baguales (vacas y toros salvajes). Son muchos: hay unas 5.000 cabezas en todo el Parque Nacional. Y son ágiles como guanacos. De hecho Oscar, el guía, cuenta que seleccionaron una treintena para genética por tener buenas pasturas, falta de predadores y no sufrir presencia de virus. Inmejorables. Hace unos 15 años Parques Nacionales había decidido sacar el ganado en arreo y repoblar de huemules pero para eso se necesita gente, y la gente trae el fuego…

Hay unos cinco mil ejemplares de la quinta generación de baguales, toros, vacas y caballos salvajes, en el Parque Nacional Los Glaciares.

Lo segundo que llama la atención son los pájaros carpinteros. Son obstinadísimos. Y tremendamente ruidosos. Le hacen honor al dibujito animado. Para alimentarse de insectos, pican la corteza con tanta energía que hacen saltar los pedacitos del tronco. Se abstraen tanto que se los puede fotografiar desde muy cerca. Los que son completamente negros son hembras; los machos tienen plumaje rojo cerca del pico.

Lo tercero que notamos es la enorme cantidad de árboles caídos. Como hay mucho viento, las lengas que no logran expandir bien sus raíces o se ven afectadas por alguna plaga (como el farolito chino) no sobreviven. Tardan entre 50 y 60 años en convertirse en abono, por lo que el bosque es el paraíso del leñador vago.

Retomamos la caminata y de pronto el paisaje se abre, el suelo pierde verde y se puebla de piedras. De frente, unos cien metros de superficie rocosa, el lago y más allá la pared sur del glaciar. Dos kilómetros lineales de los que se desprenden bloquecitos de hielo que flotan hasta nuestras manos en un agua blancuzca, producto de los sedimentos glaciarios.

En la zona caen 7 metros de nieve al año. Esa es la fábrica de hielo para el glaciar, que pertenece a los que técnicamente son conocidos como de Calvin: así se llama a los que tocan con sus frentes el agua.

El Perito Moreno tiene un avance al día de hasta 1,5 metros. Sin pérdida ya estaría en el centro de El Calafate.

Desde la lancha se aprecia también la pared norte del glaciar, que en total tiene una superficie de 257 km2. La miramos embobados, mientras brindamos con whisky servido con hielo del costado menos conocido.

SI PENSÁS VIAJAR…
CÓMO LLEGAR
Latam

T: 0810-9999-526. www.latam.com

A El Calafate, 16 frecuencias semanales.

CÓMO MOVERSE
Lihue Expediciones

T: (011) 5031-0070.

www.lihue-expeditions.com.ar

Organizan viajes a medida con estadía en Nibepo Aike y/o salidas no convencionales en la zona de los glaciares.

DÓNDE DORMIR
Nibepo Aike

PN Los Glaciares. T: (02902) 49-9997. www.nibepoaike.com.ar

Los Hielos

René Favaloro 3698, El Calafate. T: (02902) 49-2965/ 6.

PASEOS Y EXCURSIONES
Patagonia Profunda

T: (02902) 48-9016. www.patagoniaprofunda.com

Avistaje de fauna, expedición 4×4, safari fotográfico, exploración de fósiles marinos, almuerzo o cena en un puesto de estancia 25 de Mayo.

Glaciar Sur

9 de Julio 57, local 2, El Calafate. T: (02902) 49-5050.

www.glaciarsur.com

Aventura: excusión a los glaciares escondidos.

Por Cristina Mahne – LA NACION